jueves, 19 de abril de 2012

Advertencia


Y mientras una le agarraba firmemente los brazos y le separaba hábilmente las piernas, la otra con toda la fuerza de la que dispuso le asestó un puñetazo en el estómago, soltando toda la ira acumulada por los rumores, susurros y sonrisas, incluso comentarios a viva voz. Después, al estar malherida y sin casi respiración cambiaron los papeles, y entonces ya no fueron puñetazos, sino patadas a las costillas, sonando en cada patada fuertes crujidos, síntoma de la rotura de aquéllas. La sangre empezaba a brotar por fin por sus labios, y una fuerte tos hizo saltar al suelo un esputo del espeso líquido rojo. Otra patada, otro puñetazo, otra patada, otro puñetazo… La víctima, si se le podía llamar así, se encontraba ya medio muerta y gimiendo clemencia, pero no, no la merecía, en su lugar se le ató de pies y manos y se la colocó en el maletero del coche. Las otras dos subieron al coche, lo pusieron en marcha y avanzaron saliendo del descampado. Girando varias veces y durante un largo tiempo yendo todo recto, por fin llegaron al destino. Aunque era de noche podía haber alguna persona nocturna pululando por aquellos lindes y descubrirlas, así que se cercioraron primero de que no hubiese nadie por allí, y ya sacaron el cuerpo, para ellas sólo magullado, del coche. Lo condujeron hasta un garaje con los ojos vendados; una vez allí le quitaron la venda y encendieron la luz para que contemplara a sus compañeras colgadas con ganchos, sin un solo pelo en la cabeza, arrancado mechón a mechón como una perfecta viuda india. Aquellos ganchos estaban estratégicamente colocados par que ni rasgaran la cara ni para que pudieran morir desangradas. Y allí estaban, con caras de asombro y gritos ahogados por mordazas, unos ganchos a la izquierda de ellas rezaban su nombre y con facilidad le colocaron cada uno de los anzuelos, dos en los hombros, otros dos en la cadera, tobillos, codos, y dos más en los pocos senos que tenía. Poco a poco, iban calmándose las tres y les curaron las heridas, ya que los muertos no tienen gracia.

lunes, 16 de abril de 2012

No puede ser

Te contaré mi día y tú me explicarás por qué estoy mal...
Mi día empezó bien, despierto y estoy con él, me voy a casa, donde llamo a mi mejor amiga, palabras, palabras y más palabras. Me ducho, salgo, doy una vuelta, vuelvo a casa de mi pareja y vemos una película, vuelvo a mi casa y decaída completamente...
Un día perfecto con un amargo final, ¿por qué? Porque siento cosas que no quería sentir, cosas por alguien de la que no debería sentir esto...
Y tú, querido lector, preguntarás: ¿amor?
Yo te diré: sí, y no a la vez.
-¿Y eso cómo es?
-No lo sé.
Y así día tras día, me hago la misma pregunta, ¿qué siento? Sé que no es amor de pareja, pero tampoco es amor de amistad, es un punto intermedio entre uno y otro. ¿Y cuál de los dos es el que tira con más fuerza? [...]
El miedo. El miedo a perderla.