miércoles, 30 de junio de 2010

El teatro del amor
























La función no acaba
Hasta que el telón baja,
Cuando termine mi monólogo,
Solo entonces acabará todo.

No te voy a dirigir palabras de amor,
No te las mereces.
No te voy a dirigir palabras de odio,
Pues no has hecho nada malo.

Este va a ser mi último escrito para ti,
Donde solo habrán palabras de resignación.

Me queda esperar a alguien como tú,
A quien querer y amar como a ti.

También decir que espero seas feliz,
Que ella te de lo que quieres,
Que te quiera
Y sepa complacerte.

Este es el final de la obra,
Donde el telón cae
Y todo sobra.

jueves, 17 de junio de 2010

Los pecados de Dios

Capítulo V

Avaricia


-¡Eh, vosotros! –Espetó una voz a lo lejos-. ¿Cómo habéis entrado ahí?

-Pues por la puerta, creo que es el método más utilizado en este país, y en el mundo entero-. Dijo burlona, pero a la vez tajante Judith.

-Es la casa de un viejo amigo, nos dejó las llaves por si necesitábamos utilizarla algún día-. Contestó Gabriel.

-Eso no me interesa, solo me interesa que ahora está abandonada, puedo acusaros de allanamiento, sí, creo que será lo mejor, que os lleve a comisaría y allí podáis entrar con permiso… por la puerta-. Se reía por dentro solo por esa última frase, pero además añadió-. Además, no os había visto antes por estos barrios.

-No somos de aquí, así que dudo que nos haya podido ver antes. Vamos agente, si quiere podemos entrar dentro y hablar sobre todo lo que quiera, creo que usted conoce esta casa mejor que nosotros.

-¿Y por qué debería hacer tal cosa? ¿Y que pruebas tienes de eso que acabas de decir?- Empezaba a pensar que no eran gente normal, pero seguía con voz de alto mando.

-Vamos Eve, seguro que le interesa...


Le enseñó un poco de dinero que encontraron junto a la nota, cuando a la policía se le agrandaron los ojos de placer, casi excitante, pero enseguida volvió a su seriedad para preguntarle.


-¿Cómo sabes mi nombre?

-¿Entiendes ya por qué te interesa venir con nosotros?

-Está bien, veamos en qué acaba la cosa.


“Acabará en lo que tenga que acabar- pensó Gabriel”.

“Exacto- se relamía Judith”.


Se dirigieron a la puerta, ya que casi no les dio tiempo a cruzar la avenida, e iban con la cabeza absorta cada uno en sus pensamientos. Eve con miedo y a la vez con ansias del dinero que le había mostrado; Judith con impaciencia, con ganas de terminar con la vida de aquella engreída; Gabriel, el más centrado de los tres, sentía como poco a poco se estaba desenmascarando todo y le aliviaba por dentro.


Una vez en la morada, fueron directamente al salón, omitiendo la cocina por si el olor despertaba la curiosidad de Eve, y no supiera aún lo que le había ocurrido a Damien.


-Ahora, vayamos por partes-. Dijo la policía-. ¿Qué hacíais aquí?

-Seamos sinceros, estamos investigando un caso de alto secreto, usted nos contesta algunas preguntas, y nosotros respondemos a las que podamos de las suyas- negoció Gabriel

-Es un trato poco justo.

-¿De verdad piensa eso?- Y soltó otro fajo más de billetes que tenía guardados en el bolsillo interno de la chaqueta.

-Al menos quiero averiguar cómo sabéis mi nombre.

-Sabemos muchas cosas de ti, pero eso no importa, solo queremos que nos digas lo que sepas sobre Damien Min.

-Antes pasaba por aquí, pero hace semanas que no aparece.

-¿Entraba en esta casa?

-Sí, bastante a menudo, creo que estaba haciendo aquí algún tipo de investigación, porque no paraba de traer papeles.

-¿Tenías encargado vigilar a ese hombre?

-No, pero me ayudó en su momento, y ahora quería ver si podía yo ayudarle, lo veía decaído, y siempre estaba alerta, me resultaba raro ese comportamiento en él.

-¿Cómo te ayudó?

-Me sacó de la pobreza, mi marido y yo estábamos en una mala situación, y él nos ayudó con el tema económico, gracias a él le debo nuestra casa y nuestra buena vida.

-¿No sabrás por casualidad qué le pasó?

-Algo sí que vi, un poco extraño, pero algo.

-Explícanos que pasó, por favor.

-Sí, os puedo contar lo que escuché, no es mucho, pero creo que vosotros lo sabréis interpretar mejor que yo.


“Puede ser- pensaron los demonios”.


-Llegó un hombre, bastante decidido a irrumpir en la casa, pero no sé por qué dudó y llamó a la puerta, -hizo una pausa para recordar bien los detalles de la escena- Damien abrió, pero no le vi asomarse a preguntar quién era, supongo que ya esperaba aquella visita.

-¿Pudiste ver la cara de aquel hombre?

-No pude verle, estaba oscuro y yo estaba de incógnito, prefería que no me viera nadie, así que mi visión tampoco era muy buena. Sólo vi que era alto, moreno, iba vestido con una camisa blanca y una chaqueta larga de cuero negro.

-Hay miles de personas con esa descripción en toda la ciudad- reprochó Judith.

-Os cuento lo que vi.

-De acuerdo, sigue.

-A partir de aquí no pude ver nada más, pero sí escuché un poco de la conversación que mantenían en el salón. Los primeros minutos no escuché nada, pero luego el hombre no paraba de repetir algo de fidelidad, y de no saber con quien se enfrentaba. Parecía que aquel hombre tenía más poder sobre las cosas que Damien, aunque sinceramente, lo dudo.

-¿Por qué lo dudas?

-Debí mencionar antes que Damien, es, un ángel, por muy estúpido, o loco que parezca. Puede que no me creáis.

-Da igual lo que nosotros creamos. Queremos información, saber todo lo que puedas contarnos, pero sí decirte que hay algunos seres más poderosos que los ángeles.

-¿Quiénes? ¿Dios y Satanás?- Dijo con tono burlón.

-Si crees en los ángeles, ¿por qué no crees en Dios y en Satanás?

-Porque todos en algún momento de nuestra vida hemos visto algún ángel, y no hace falta que tengan alas, pero en cambio,¿ alguna vez has visto a Dios o a Satanás?

-Bueno, sigue contando qué más escuchaste.

-Poco más, pero sí puedo asegurar que Damien tiene que estar malherido, empezó a gritar como un loco, parecía que le habían arrancado el corazón del pecho.

-Puede que lo haya hecho-añadió Judith sin darle importancia.

-Aparte de eso, ¿escuchaste algo más que pueda ser de ayuda?

-No, ahora mismo no recuerdo nada más.


“Miente- dijo Judith aburrida”.

“¿Por qué crees eso?”

“¿Es que no te das cuenta? Quiere más dinero, dale un poco más, entonces dirá algo más importante”.

“Probaremos tu método”.


Del bolsillo interior de la chaqueta que llevaba Gabriel, sacó mil dólares más, y los puso encima de la mesa, a la vista de Eve. A esta casi se le salían los ojos de las órbitas al ver aquella cantidad.


-¿A qué viene tanto dinero?

-Es para darte las gracias a ayudarnos con todo esto.

-Bueno, también está una frase que dijo aquel hombre, pero no entendí.

-A ver dinos.

-Aquel hombre le dijo “reúnete conmigo en Jerusalén, si sabes lo que te conviene”.

-¿En Jerusalén?

-Por eso os dije que vosotros lo entenderíais mejor.

-Está bien, ¿y algo más sobre Jerusalén? ¿Alguna dirección?

-No, sólo eso, pero no creo que Damien vaya, ese hombre ha perdido el tiempo, no va a cambiar de idea solo por unas amenazas.

-Seguro. ¿Y cuando se fue aquel hombre no entraste a socorrer a Damien?

-No, una vez me dijo que si le pasaba algo corriera, que no me preocupara y me fuera.

-No deberías haberle hecho caso, ahora podríamos saber donde está o incluso estar con él.

-Conoce a mucha gente, puede que dejara alguna pista dentro de la casa.

-Ya la hemos registrado de arriba abajo y no encontramos nada de ese estilo.

-En fin. ¿Puedo irme ya?- Terminó Eve.

-Sí, vete, si te necesitamos en otra ocasión ya te encontraremos- se despidió Gabriel


“¿Lo entiendes ahora? Yo diferencio entre el bien y el mal, parece que tú aún no conoces esa diferencia- restregó Judith sin piedad.

“Y parece que tú la conoces muy bien, aunque en mi opinión, más que diferenciar, te has vuelto demasiado fría”.

“Y tú eres demasiado blando, no entiendo cómo puedes ser un demonio”.

“Un demonio no solo es maldad, un demonio hace las cosas a su manera, por eso se le considera malo”.

“De acuerdo, pero prefiero aceptar que soy mala y serlo, antes que parecer un falso ángel”.

“Si te fijas aquí los papeles se están cambiando”.

“Cierto, pero no voy a cambiar. Tienes que aprender a diferenciar entre el bien y el mal, y no pensar que todas son buenas personas, eso te llevará a más de una equivocación”.

“¿Y tú qué eres?”

“Mala, lo sabes y no lo niego, pero soy un demonio, debo serlo, es mi naturaleza, y la tuya también”.

“Me hablas como si nunca hubiera matado a nadie”.

“Sí, has matado, pero por necesidad o presión”.

“¿Por presión?”

“Mataste a Iliana porque yo te presioné”.

“Pero tenías razón, podría haberse ido de la lengua”.

“¿Y crees que en su estado de locura alguien le habría creído?”

“Hay mucha gente buscando sus cinco minutos de fama, y los ángeles son muy polémicos”.

“Sabes que no habría pasado nada, pero te sentiste presionado, quieres hacer todo bien, sea haciendo el bien o el mal”.

“Bueno, dejémoslo por ahora. Además hemos conseguido más información a mi manera que a la tuya.”

“Sí, pero hemos perdido mucho tiempo, y tampoco hemos averiguado mucho más de lo que ya sabíamos”.

“¿Ah, no? ¿Y lo de Jerusalén?

“Sí, Jerusalén, un país de más de 763.000 habitantes”.

“No discutamos ahora que solo nos queda encontrar a Damien”.

“Sí, cuanto antes lo encontremos antes podremos separarnos”.

“De acuerdo. Había pensado en ir a hacer una visita a Uwe”.

“¿De qué crees que serviría?”

“No sé si servirá, pero por lo que te dijo, es el momento de hacerle una visita, además no tenemos nada mejor que hacer”.

martes, 8 de junio de 2010

Todo pasa


Palabras, palabras tan sentidas como te quiero, para siempre, mi vida. Sólo son palabras, que se las lleva el viento, que solo sirven si son dichas con el corazón, y que llenan si son de la persona que te llena.

Tener cuidado con lo que se dice es una buena precaución, tanto palabras de amor, como de odio son peligrosas, según cómo se digan y a quién.

Quiero decirte, que te equivocas, te equivocas conmigo, no eres el más adecuado para decirme según que palabras, me gustaría que las sintieras de verdad, igual que yo las siento, algún día dejaré de quererte como lo hago, y entonces verás que aunque no te quiero como la que más, te quiero lo más que puedo.