martes, 2 de noviembre de 2010


Joyas Oscuras

Capítulo I

Estando en el Reino de los Gnomos avisté un ser extraño, no era un gnomo normal, incluso pensé en aquel momento que era humano, pero no sabía lo equivocado que estaba. Me acerqué con precaución, intentando agudizar mi vista para adivinar quién era.
-¿Qué deseas?- Grité aunque tampoco esperaba respuesta.
Silencio. No erré al esperármelo. Seguí acercándome, fijándome en aquella silueta por si hacía algún movimiento extraño, mientras acariciaba el puño de mi espada.
-Hable señor, por el honor de Shawn-. Desenvainé la espada y estando cerca pude ver lo que parecía una joven de unosdieciséis años, de pelo aguado anaranjado que le cubría el rostro, pues la posición de su cabeza era agachada. Al escucharme dirigirme hacia ella alzó su pequeña cabeza para dejarme ver unos preciosos ojos negros, enormes y penetrantes, una naricilla respingona y una boquita pequeña, parecía que sus ojos no concordaban con el resto de la cara pero estaban en perfecta armonía. No tenía nada diferente o inusual, pero a la vez tenía un encantador misterio encerrado en su interior.
Se le veía triste, la curvatura de sus labios caía levemente hacia abajo, podría decirse que por la forma de mirarme parecía desorientada y buscaba en mí algo de ayuda, pero no la pedía, ni se acercó a mí, se quedó ahí, quieta.
-Dime pequeña, ¿cómo has llegado hasta aquí?- Pregunté bajando la espada, sin poder adivinar que aquella cueva térmica sería mi prisión durante unas horas.
-Siguiendo a tus guardias- respondió con una voz que más que hablar parecía que cantara. Eso fue lo que me hizo bajar la guardia a pesar de sus palabras, no pensaba en nada, solo en volver a escuchar esa voz melodiosa, pero lo único que escuché fue un par de saltos a mi lado y sentí el golpe de un garrote en la nuca.
Quedé inconsciente durante no sé cuánto tiempo, hasta que noté agua cayendo por mi cara. Abrí los ojos sin saber qué había pasado y entonces la vi, la chica que estaba en la gruta discutía con un par de hombres altos mientras yo atado a una estalagmita no tenía oportunidad de escapar.
Intenté zafarme de las cuerdas que me aprisionaban, luchando contra ellas, pataleando, intenté incluso llegar a las cuerdas para morderlas, pero era inútil, estaban bien fijas.
-Soltadme-. Amenacé, intuyendo que no se rendirían tan fácilmente.
-¿Y eso por qué?- Rió el guardia que estaba a la derecha de la chica.
-Cállate Cleve-. La joven le cortó con una voz que no se parecía en nada a la voz que escuché antes, era mucho más dura que antes, pero al dirigirse a mí su voz cantarina volvió.- Dime ministro, ¿dónde se encuentra la cámara real?
-Juré lealtad a la reina Shawn y a todo lo que ella representa, ni siquiera tus artes de distracción seducción podrá doblegar mi pacto de sangre-. Le contesté convencido de mi oponencia a hablar sobre ese tema.
-Bueno, todo se verá después de sacar todas mis "artes".
-Sólo eres una simple bandida, hay tesoros más a tu alcance.
Se arrodilló, me sonrió con su cara angelical y pensé que no había visto nada más hermoso en toda mi vida, hasta que su puño cerró la boca de mi estómago de un puñetazo. No reaccioné en unos momentos, no podía, pero en cuanto pude sentí mi mejilla húmeda por las dos pequeñas lágrimas que cayeron por ellas. No esperaba que esa simple mujercita tuviera la suficiente fuerza para hacerme aquel tipo de daño.
-¿De veras crees que una simple bandida tendría seis de los mejores elfos a su retaguardia?
-Aquí solo veo a dos.
-Estos son Cleve y Charlie. Maximilliam, Jason, Krause, Stham, podéis salir.
De un salto desde las estalactitas aparecieron otros cuatro elfos enormes que se colocaron detrás de ella en posición defensora.
-Pero, ¿quién eres?- Le pregunté extrañado a la vez que curioso.
-Mi nombre es Anne Trunchbull.
Entonces comprendí quién era. Se trataba de la hija pequeña del rey de los elfos del agua, no podía imaginarme que la mismísima princesa Anne estuviera ante mí. No podía decir que fuera un honor, pues nuestros reinos siempre han estado en guerra por asuntos que desconocía, pero sí me fascinaba de una manera impresionante. Ella entendió que sabía quién era y dejó al descubierto unas preciosas orejas azules, símbolo de nobleza para su raza.
-¿Qué tenemos que le haga falta a tu padre?
-Di mejor, ¿qué nos robásteis en su tiempo que nos es vital?- Amenazó con un rencor odioso.
-No pongas en duda la honestidad de la reina-. Le repliqué casi con dolor por aquella acusación.
-Es la verdad, aunque entiendo que ahora no la comprendas, ya te darás cuenta de tu error.
-Nunca admitiré algo tan absurdo.
-Tiempo al tiempo, mientras tanto ahórrate tiempo y dolor.
-Dime que buscas y te diré si nos es útil en este preciso instante.
-No soy tan estúpida, seré la pequeña de mi familia, pero sé cuando me pueden traicionar, y más teniendo en cuenta que eres alguien de una raza que ya traicionó a la mía tiempo atrás.
-¿Y cómo sabes que no te voy a mentir con la ubicación de la cámara?
-Lo puedo intuir, traiciónanos y sufrirás con la vista que te mostraremos, alíate con nosotros y te contaré toda la verdad sobre tu supuesta reina, además de dejarte vivir, que creo es un dato importante para ti.
Me lo pensé, vacilé y una vez más me equivoqué al escoger mis decisiones, solo pensaba en lo que me habían inculcado toda mi vida. Supongo que en ese momento era lo más lógico.
-Está bien- acepté ocultando mis verdaderos planes-, pero debéis cambiaros, vuestra presencia no se hará desapercibida aquí.
-Escuchadme- les indicó Anne-, haced lo que él os diga, pero cuando veáis algo raro defendeos, reducidle, y si hace falta mostradle aquello que sabéis, y si aun así no hace que se retiren los guardias, matadlo, hay más gente con acceso a la cámara real.
Escuché todo con atención, su voz sonaba firme, digna de su padre, ahí me dio un poco de confianza para no llegar a traicionarle, o al menos para intentar averiguar cuál era esa verdad que me ofrecía, pero no la suficiente como para dejar a mi reina sola ante el peligro que se le podría avecinar. Tampoco dejaba de pensar en aquello que me haría sufrir sólo con verlo, no tenía esposa, ni hijos tampoco, soy un gnomo bastante solitario, mis preferencias son el trabajo antes que el ocio o mi vida personal, cuidar y ayudar a Shawn me llenaba en todos los sentidos.
-¿Tenéis ropas de mi pueblo?
-Por supuesto, somos previsores, y sabíamos que esta situación se daría tarde o temprano- me contestó Cleve, el que se burló de mí sobre mi liberación, pero se le veía dispuesto a colaborar conmigo, y eso lo hacía menos amenazador.
-Pues cambiaros e intentad parecer más bajos, luego seguidme e intentad parecer gnomos corrientes, será mejor que no hagáis que los demás gnomos sospechen de vosotros.
-Puedes usar tu influencia- me dijo Anne mientras me liberaba de las cuerdas y me ayudaba a ponerme en pie.
-Soy un simple burócrata, me tratan como a uno más, pero con un poco de elegancia.
-Entonces por qué hablas de tu reina con tanta adulación.
-No estoy hablando de mi reina, sino del pueblo, sin acusar a nadie en concreto.
Asintió comprendiendo mi respuesta. Sus vasallos fueron rápidos a la hora de vestirse, y tardaron poco más de una hora en acostumbrarse a andar con las rodillas, con los tobillos atados a los muslos, era una posición muy incómoda, incluso dolorosa a las horas, pero su altura era demasiado anormal entre nuestra gente.
Salimos a la luz del día, cuando me di cuenta de que estaba al frente de aquellos pseudo gnomos, los miré, no muy convencido de su credibilidad, pero aún así resignado a seguir con vida.
-Una cosa más antes de irte, gnomo.
-¿Qué deseáis ahora?- Le contesté con un poco de ironía en mis palabras.
-Os estaré esperando con lo que busco al otro lado del lago de la catedral.
-¿Cómo sé lo que buscas si no me lo dices?
-Ellos lo saben, no debes preocuparte por cosas que no te incumben.

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